domingo, 31 de octubre de 2010

Adultez, la tercera casualidad II

De cómo transcurrió la noche guardo cientos de anécdotas, pero solo algunas de ellas guardan relación con él. La primera de todas ellas creo recordar que se causó por el humeante ambiente, por los cigarros, no malinterpretes. Había tanto humo ahí dentro, que no me lo pensé dos veces a la hora de abandonar por un instante el local y salir a la calle, oxigeno… qué gozada. Crucé la calle y me senté en el bordillo de la acera que había enfrente, antes de que me sentara… él abría la puerta mirando a los lados y, al encontrarme ahí enfrente, sonrió. De nuevo esa sonrisa, de esas que solo se abren y elevan por un lado, que se acompañan con un toque de cabeza… de esas que nunca sabes bien que significan. Con ella me miró fijamente a los ojos, y entró de nuevo. A lo algo de la noche repetí mi gesto varias veces, y de alguna u otra manera… se las arreglaba para comprobar que no me marchaba, que me quedaba ahí fuera. La última, y peor… fue al abandonar la fiesta. Los cuatro estábamos en el coche, y preguntó a donde tenía que llevarme a mí, ofreciéndose a dejarme después que a ellos si no pillaba de camino, no sé si fue casual, pero una vez llegamos a casa de mis tíos y entendió que dormiría allí… solo con un par de indirectas se hizo con el sofá del comedor de mis anfitriones. Nos preparamos una leche calentita, y nos quedamos los cuatro frente a frente con el televisor, viendo terminar el carnaval tinerfeño. Fue entonces cuando supe cuales eran algunas de sus raíces, y no me preguntes como, ni por qué… pero antes de irme a dormir asimilé algo: NO SABIA COMO NI CUANDO HABIA PASADO, PERO EN ALGUN MOMENTO A LO LARGO Y ANCHO DE ESOS 6 MESES… DESDE LA PRIMERA VEZ QUE LE VI, HASTA ESE INSTANTE: MI INDIFERENCIA SE HABIA TRANSFORMADO EN ALGO, EN ALGO QUE NI SABIA LO QUE ERA, NI TERMINABA DE GUSTARME.

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