martes, 4 de enero de 2011

Adultez, Como salir de la jaula

Pasaron los meses, sin mayor importancia. Y pasaron poco a poco, lentamente…. Haciéndolos coincidir en infinidad de lugares. Con su siempre puntual indiferencia ante la gente, y su persistencia cariñosa y atención infinita en los pequeños ratos que pasábamos a solas. Llegó un día en el que mi paciencia no pudo más. Ahí estaban de nuevo, las paellas con su gente, con sus pinos, con sus plis-play’s… y con Rafa, para variar. Fue sutil… pero certero. Ligeras caricias, contoneos, risas a todos mis chistes aunque fueran malos, atención, miradas… y yo saliéndoseme del vaso todo el agua. Mi esperanza de vida disminuía cada vez que me daba un vuelco la maquina tonta que se refugiaba en el lado izquierdo de mi pecho, y al llegar a casa… no lo supe evitar. Una conversación con una de las dos únicas personas que sabían ese secreto…. Me convenció, me cedió su número de teléfono y me arrastró a escribirlo y darle al botón “enviar”. Aquel sms me ayudó a tirar, cuanto menos, el techo de esa minúscula caja sin ventanas en la que me sentía encerrada. “Creo que sobran las palabras, tal vez por eso solo miraba”. Un toque al móvil, y otro a los diez minutos, y otro un poco más tarde… y un sms diciendo: “Creo que se quien eres, me equivoco Tam?” le devolví un toque. Dos horas más tarde… me llamó y durante los 48 minutos 32 segundos de llamada… intenté explicarle que yo NO quería nada con él, que lo único que quería era decírselo abiertamente, para dejarnos de tonterías. Entendió lo que quiso, y se dedicó a inventarse un “supuesto acoso” por mi parte hacia él y a contárselo a todo el mundo. Añadiendo, por otra parte… comentarios como “me da asco”, “jamás la tocaría” y “es una vaca burra” entre otras cosas. De esto, como no, me enteré dos años más tarde.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Adultez, 5 días seguidos de casualidades I

Ahí estaban, de nuevo, un año más. Las fiestas de moros y cristianos de mi barrio, aquellas en las que había crecido, con la gente que me había acompañado siempre. El XXX aniversario de mi comparsa relucía, no solo por la felicidad, sino también por la abundancia. Varios antiguos componentes habían decidido acompañarnos en esa fecha tan especial, otros tantos… llegaban nuevos ese año… como, por ejemplo, Rafa. Y dale. Llegó hasta tal punto al situación, que ya tenía asimilado que cada vez que viera a alguien de mi familia o relacionada mínimamente con las fiestas de M&C él… estaría ahí. Pero me daba igual. Desde el día de mi cumpleaños había perdido bastante peso, tanto… que me sentía guapa, y mucho. Mi cuerpo “de guitarra” seguía manteniendo las curvas heredadas de mi madre, pero más insinuadas, menos gorda, vamos. Relatar como transcurrieron cada una de las horas de esos 5 días de intensiva convivencia con familia, amigos y el hombre (sería hipócrita decir “chico”) que me gustaba, resultaría soporífero. Así que relataré alguna de las pinceladas que mas me impactaron.

Primera noche en la barraca. Felicidad, música, entusiasmo, ganas y calor… el calor deriva en bebida, y más en fiestas. Ronda de chupitos, para todo aquel que se apunte, en la mesa de la esquina. Voy de cabeza! Limón en mano, sal y chupito en la otra, me giro para ver si alguien más se apunta… y aparece. Ya éramos catorce, se colocó justo en frente. Brindamos a salud de los presentes y, justo antes de matar la bebida en sus labios, inclinó el minúsculo vaso, con ese toquecito de cabeza que se hace a modo de “a tu salud”. Se me caía el alma a los pies, y con demasiada frecuencia.

La noche siguiente fue pletórica, al menos a mi parecer. Si bien la compañía en conjunto no era suficiente, la suya resulto ser la gota que colmaba el vaso. Auténticamente atento, con cierto aire nostálgico, no parecía quitarme el ojo de encima… insisto: parecía. Con ciertas e incontables copas de más, aproveché que pasara por detrás de mi silla mientras rozaba tímidamente mi pelo, para pedirle que se para en seco y más tarde pedirle un “latino”. Sonrió y dijo: -¿con o sin hielo?- pensé que era una educada forma de decir que no, tres minutos más tarde, sobre mi mesa y ante mis ojos, apareció un latino justo como a mí me gustaba: con dos hielos, uno de ellos pequeño.

martes, 2 de noviembre de 2010

Adultez, la quinta casualidad

El verano estaba en su cumbre. Hacía un par de semanas de aquella cena y mi tía Lucia me llamaba para invitarme a la playa… ya que ella y su marido habían quedado para ello junto con un matrimonio amigo que, todo sea dicho, me tenían como a una amiga más. No pude, ya que tenía que atender otros asuntos… pero me llamaron a la hora de la cena: -te apetecen hamburguesas?- y allí me planté yo. El hijo de los anfitriones, jugueteaba en el sofá con mi tío, ya estábamos todos listos y a punto de poner la mesa cuando… DING·DONG –Ves a abrir la puerta por favor- me dijo mi anfitriona con su bonita sonrisa. Seguro que no podéis imaginar quien era…

-¿Rafa? ¿Qué haces aquí?-

-Pues mira –contestó algo confuso- que me han invitado a hamburguesas…

Y entonces respondí esa gran estupidez… con esa gran cara de estúpida… en esa estúpida situación: -ya, pues como yo que a mí también como no hamburguesas, rico- habéis entendido algo? Imaginad la cara que puso él. Entró, cerré, me enrojecí y continuó la noche. Sin comentarios.

Adultez, la cuarta casualidad

Que nervios sentía, que extravagante era todo. Comenzaban los preparativos de una de las noches más importantes de mi vida. Aquella cena, preparada con tanto cariño y entusiasmo y en la que yo sería copresentadora del acto, me traía de cabeza. Ya no solo por el mero hecho de no saber que ropa seria más adecuada, o pronunciar correctamente los anticuados nombres propios, sino también por temor a sentirme sola en algún u otro aspecto. Yo debía estar en el restaurante antes, para probar el sonido y el video de la cena. Por el restaurante ya pululaban algunas manos que pretendían ayudar, y otros cuantos ojos que solo esperaban curiosear. Pregunté donde me sentaría yo, a lo que una de mis tías (que también organizaba el acto) me pidió que no me preocupara, ya que la lista con la organización de la mesas la colgarían cuando la gente comenzara a llegar al restaurante. Una vez todo listo para cuando el acto diera comienzo, salimos todos a la recepción, en la que me entretuve más de lo debido. Hice el ánimo de entrar cuando ya todos estaban dentro, comprobé en que mesa me había tocado. Papá, mamá, mi hermana, mi cuñado, dos parejas más yo y………. no me jodas. Rafael. Al parecer éramos los únicos impares. Entré y en mi mesa ya estaban todos sentados, dos sillas libres, la mía y la suya, una al lado de la otra. Odio esas situaciones. Sencillamente no soporto compartir el mismo espacio tiempo con las personas hacia las que siento algún tipo de atracción. Sea como sea, por extraño que parezca: cuanto más lejos mejor.

Dio comienzo la velada, sentándose él el último de todos los asistentes, saludando con su media sonrisa y sorprendido al verme. Tal vez por mi favorable cambio al arreglarme, tal vez porque no se esperaba que fuera yo la hija de quien, desde hacía unos meses y por recomendación de sus amigos le llevaba el papeleo laboral. Tal vez, quién sabe. No sé si fue bueno o malo, pero en aquella mesa redonda las conversaciones eran tan cerradas, que no me pude permitir el rechazar su oferta de conversación fluida. Tras su elección de lubina y la mía de entrecot, vino la fastidiosa pregunta…

-¿Tú qué edad tenias? –y al escucharlo se me cayó el tenedor al plato

-¿Qué edad me echas? –dije simulando con una de mis sonrisas nerviosas opr excelencia.

-Pues, no suelo tener mucho ojo para estas cosas… pero juraría que más de 22, no? Unos 24 como mucho

-El mes pasado cumplí 18, y tú? Qué edad tienes? –su asombro le impidió articular palabra hasta pasados 15 segundos

-En enero hice 28, me quedan pocos meses para los 29

-Que bien, genial –dije en un descarado homenaje a la ironía.

El resto de la noche en aquella mesa, aun armado con su traje gris de sofisticado seductor, solo consiguió entablar conversación con mi padre…y conmigo. Yo dudaba y tartamudeaba con infantilidad crónica, gesto que le pareció simpático, por suerte. Pasamos las horas hablando, riendo… en mi cabeza no tuve más remedio que admitirlo: “Alguien tan especial, no puede ser para ti.”

domingo, 31 de octubre de 2010

Adultez, la tercera casualidad II

De cómo transcurrió la noche guardo cientos de anécdotas, pero solo algunas de ellas guardan relación con él. La primera de todas ellas creo recordar que se causó por el humeante ambiente, por los cigarros, no malinterpretes. Había tanto humo ahí dentro, que no me lo pensé dos veces a la hora de abandonar por un instante el local y salir a la calle, oxigeno… qué gozada. Crucé la calle y me senté en el bordillo de la acera que había enfrente, antes de que me sentara… él abría la puerta mirando a los lados y, al encontrarme ahí enfrente, sonrió. De nuevo esa sonrisa, de esas que solo se abren y elevan por un lado, que se acompañan con un toque de cabeza… de esas que nunca sabes bien que significan. Con ella me miró fijamente a los ojos, y entró de nuevo. A lo algo de la noche repetí mi gesto varias veces, y de alguna u otra manera… se las arreglaba para comprobar que no me marchaba, que me quedaba ahí fuera. La última, y peor… fue al abandonar la fiesta. Los cuatro estábamos en el coche, y preguntó a donde tenía que llevarme a mí, ofreciéndose a dejarme después que a ellos si no pillaba de camino, no sé si fue casual, pero una vez llegamos a casa de mis tíos y entendió que dormiría allí… solo con un par de indirectas se hizo con el sofá del comedor de mis anfitriones. Nos preparamos una leche calentita, y nos quedamos los cuatro frente a frente con el televisor, viendo terminar el carnaval tinerfeño. Fue entonces cuando supe cuales eran algunas de sus raíces, y no me preguntes como, ni por qué… pero antes de irme a dormir asimilé algo: NO SABIA COMO NI CUANDO HABIA PASADO, PERO EN ALGUN MOMENTO A LO LARGO Y ANCHO DE ESOS 6 MESES… DESDE LA PRIMERA VEZ QUE LE VI, HASTA ESE INSTANTE: MI INDIFERENCIA SE HABIA TRANSFORMADO EN ALGO, EN ALGO QUE NI SABIA LO QUE ERA, NI TERMINABA DE GUSTARME.

Adultez, la tercera casualidad

Los Carnavales, para los cuales le había pedido muy encarecidamente a mi abuela que me confeccionara una falda negra larga y una capita para disfrazarme de bruja, ya que una amiga me había propuesto ir con su pandilla a dar una vuelta por la noche. El mismo sábado por la mañana me llamó para decirme que estaba demasiado enferma como para disfrazarse de porno-chacha y que como no tenia otro disfraz, había decidido no ir. Me quedé sin plan… momentáneamente. Mi abuela, más indignada por el hecho de malgastar retales de tela y tiempo que por que me hubiesen dejado más plantada que un árbol de navidad en vacaciones estivales, aprovechó la llamada de su hija pequeña, Lucia, que cumplía solo 8 años más que yo. Le sonsacó información sobre su noche carnavalera, y una vez enterada de todo, me endorsó sin que ni mi tía ni yo pudiésemos oponernos… menos mal que a las dos nos apetecía. Llegué a su casa, donde dormiría esa noche, y su marido me recibió con los brazos abiertos. Ella comenzó a prepararle, ya que el elaborado maquillaje de payaso no era cosa de 20 ni 30 minutos, yo comencé a sacar las cosas de la maleta… peinarme y maquillarme también. Mientras les oía reír en el comedor… yo seguía en el aseo… perfeccionando mi raya del ojo negra, mi sombra gris y mis pelos de loca. Tocaron al timbre. Y, creo… que yo fui la que menos se sorprendió de los tres de que alguien lo hiciera a esas horas en un día como aquel, y puedo asegurar que me sorprendí bastante. La voz me sonaba, pero no recordaba muy bien de que…

-¡Rafa! No te esperábamos tan pronto hombre… nos pillas aun arreglándonos… pasa, pasa-

… bien, ya sabía de qué me sonaba. Lo sorprende fue que no trajera disfraz, al parecer pretendía ir con un chándal de futbito, mi tía le ofreció un disfraz de india, él lo aceptó. Finalmente, fuimos al local privado en los que habíamos quedado con sus amigos en el coche de él… y la verdad, la estampa era, cuanto menos, curiosa. Hombre indio (mi tía) payaso con cara compleja (mi tío) india (Rafa) y bruja (yo).

Adultez, la segunda casualidad.

Era diciembre, el Diciembre de mi primer año en el bachiller artístico, con mi no más que estrenada amistad con Virginia. Un acto bastante importante en Alicante, la celebración del puente por el 6 de Diciembre, con su desfile de Moros y Cristianos por las calles céntricas e históricas de la ciudad. Lejos de colaborar con el traje de mi comparsa, aquel año lo hice para la capitanía Mora, a la cual pertenecía una amiga de mi madre, ya que necesitaban gente para vestirse de “negras”. Y ahí que fuimos Virginia y yo, más a gusto que un arbusto… dispuestas a pasar un día y noche inolvidable. Entonces, nos encontramos con ellos… un par de tíos míos y componentes de la comparsa… quienes participarían en la capitanía Cristiana, nos saludaron y presentaron. Fue entonces cuando Virginia me preguntó si conocía a uno de ellos, de quien me sonaba la cara pero no supe situar, asegurándome que era guapísimo… y entonces caí en la cuenta. Pero caí en la cuenta… y en la vergüenza de ir con la cara llena de pintura negra y ser totalmente irreconocible, y ni mucho menos estéticamente guapa. Era él, otra vez, algo cambiado… pero me di cuenta enseguida. Ella paveó un poco, sin ir nunca más allá de una broma entre amigas. Yo, para variar, continuaba sin prestarle atención. Desfilamos, cenamos (o por lo menos el ayuntamiento se empeñó en que aquello que nos sirvieron podía llamarse cena) y pasamos un rato agradable de nuevo con los componentes más jóvenes de mi comparsa. Y no recuerdo como pasó, no me di cuenta de si estaba ahí desde hacía más o menos tiempo pero… al colocarnos para hacer una foto grupal y gire mi cabeza para ver quien estaba tomándome de la cintura, era él. –Encantado-dijo con la sonrisa que posteriormente me traería tantos quebraderos de cabeza- soy Rafa, y tu?-