lunes, 21 de junio de 2010

Adolescencia, Nacimiento de la primera hormona

Cambié a un instituto público al comenzar el segundo curso por cercanía y conveniencia. Me prometí a mi misma romper con ese lastre en forma de maldición que arrastraba, y no dudé en aceptar la primera proposición de novio que se me cruzara por delante. Yo, para variar, me había fijado en el rubito de ojos verdes de clase. La regordeta se ilusionó, y perdió la jugada… varios meses y una declaración después de aquello el encantador niño se convirtió en su peor enemigo. Aunque no tardó mucho en cruzárseme otra persona, a la que me agarré con fuerza y todo lo pronto que me fue posible. Varios sms’s durante las vacaciones de semana santa y el trabajo estaba echo, Diana ya tenía novio. El último día de clase, dejó de tenerlo.



Pasaron los años sin pena ni gloria, dejando ir y venir las amistades por culpa de mi escasa sociabilidad y las pocas veces que salía de casa. Lo único para lo que salía de la habitación en verano era para los Moros y Cristianos de mi barrio, en los que participaba desde que nací.



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