miércoles, 7 de julio de 2010

Adolescencia, la hormona mutante

Comencé lo que se llama el primer noviazgo, llamarlo primer amor es imposible, nunca le quise, no de esa manera. No hubo dulzura, ni complicidad, no hubo nada que me dibuje sonrisas en mi cara. Aunque aun hoy me siga martirizando. Si siempre me he destacado por mi carácter ante ésta persona me anulaba por completo. Teniendo yo recién 16 añitos y pocos meses me metí de cabeza en la primera relación que se me presentó, estaba cansada de caminar “sola”. Mi gran error, entre otros más pequeños, fue pensar que conocía a la persona que tenía a mi lado. El suyo, fue pensar que yo jamás le conocería.

No tardó ni tres semanas en tenerme en su cama, siempre intentándolo todo, recibiendo poco más que nada. Convalidó sus sentimientos más profundos con las frases “el sexo no es lo que importa, siempre he sabido esperar”, dos semanas más tarde me dejó en sujetador y con la camiseta en la mano al otro lado de la puerta de su casa. Sus ojos, su voz y golpe en la pared gritaron al mismo tiempo que o lo hacía o podía olvidarme de él. Pero yo no podía permitir eso, no podía permitir quedarme sola de nuevo. Y no sé cómo me convencí a mí misma, de que tarde o temprano lo haría con él, y que no merecía la pena enfadarle. Fui idiota, fui estúpida, fui una niña.

Llegue sin preestablecer desde casa ninguna jugada romántica por su parte. Con la intención de que hiciera lo que hiciera, me pareciese más de lo esperado… pero ni con mis facilidades consiguió superarse. Un beso a la entrada, con la casa completamente vacía… me invitó a recostarme sobre su cama de 90 cm, subió la persiana y apagó la luz… lo más romántico que hizo fue poner música de RAMNSTEIN en su ordenador. Poco más de 12 minutos de besos después quitó mi camiseta y pantalón. Tuvo la delicadeza de dejar que la ropa interior la quitara cuando yo lo vi oportuno, eso sí… fue la señal que él definió para levantarse a por los preservativos.

“Sube” dijo dando dos toquecitos en mi muslo derecho. –Al menos la primera vez hazlo tu, por favor… no sé ni que hacer- contesté algo más que apurada. Se dio media vuelta y antes de que pudiera pensar en lo que iba a pasar, pasó. Sin más. No sentí nada, y procuré en todo momento que pareciera que sí. Tardó menos de tres minutos en dar de nuevo esos dos toquecitos pidiendo que me encargara yo del resto. Y eso hice. Permaneciendo recostada sobre su pecho para procurar que me viera lo menos posible, fingí que me movía hasta que dijo “para”.

Nos vestimos, yo lo hice cuando él salió de la habitación, y fuimos a la cocina antes de irnos. Tomó un Danup! de fresa y plátano y después de dar un largo trago, con ese insoportable ruidito tras tragar “ashhhh”, añadió rematando aquel desastroso recuerdo: -Se nota que eras virgen- cerró la puerta de la nevera sin ofrecerme ni agua y nos fuimos.

Esa noche no pude dormir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario